La experiencia permitió comprender que el aprendizaje es un proceso dinámico y continuo, profundamente influido por la emoción y la motivación. En la infancia, predomina la curiosidad y la dependencia del entorno; en la adolescencia, la búsqueda de identidad y pertenencia; en la juventud, la autonomía y el propósito; en la adultez, la experiencia y la autorrealización; y en la vejez, la reflexión y el sentido de vida.
El trabajo con la tabla y el video fomentó la capacidad de análisis, síntesis y empatía, invitando a reconocer que cada etapa requiere estrategias educativas distintas pero igualmente valiosas. Además, el ejercicio evidenció la relevancia de la inteligencia emocional como motor del aprendizaje significativo y del bienestar psicológico en todas las edades.