El proceso, sencillamente, implica traducir una o dos palabras clave del pensamiento angustioso o contraproducente del cliente a un idioma con el que el cliente no esté familiarizado y, luego, pedirle que repita la frase con la palabra extranjera incluida. Por ejemplo, a un cliente, atrapado en el pensamiento "estoy desesperado" se le podría pedir que dijera: "estoy hopeless", utilizando el término inglés para "desesperado".
Es aconsejable buscar un idioma extranjero que proporcione un término que al cliente le resulte extraño, casi impronunciable o que, de alguna manera, genere una impresión y que esté bien alejado de la versión del mundo correspondiente al idioma nativo del cliente.
Resaltar el sentido de duda, sospecha o autoridad excesiva reclamada por la palabra, como se hizo en el diálogo, puede ayudar a contrarrestar ese posible resultado.