Todos hacemos eso con las palabras. En concreto, parece que tenemos una enorme habilidad para evaluar las cosas de manera negativa. El lenguaje nos ha convertido en máquinas de evaluar y categorizar sin "botón de apagado" y sin límite de acción. A veces, esto nos da bastante buen resultado pero, otras veces, creer que tales palabras captan la esencia de la realidad puede ocasionarnos mucho dolor y una grave disfunción.Desde un punto de vista terapéutico, hay distintas maneras de intentar abordar el daño causado por las palabras. Una forma típica, ejemplificada tanto en la cultura cotidiana como, de manera más sistemática y completa, en la terapia cognitivo conductual convencional, consiste en tratar de cambiar las palabras que están causando los problemas por otras más lógicas y objetivamente adecuadas. Otra forma consiste en aprender a tomarse menos en serio las palabras o pensamientos, en comprender, de manera experiencial, que esas palabras (en particular las evaluativas y prescriptivas) no pueden captar la verdad y, de ese modo, no necesitan ser cambiadas ni atendidas. Este último método, mencionado por escrito por primera vez como "defusión cognitiva" por Hayes y Strosahl (2004), es el tema de este libro. Como suele suceder, sin embargo, el proceso al que se refiere esta frase se lleva utilizando más de una década.