Hoy, el término neurodiversidad no solamente aplica a las personas con diagnóstico de trastorno del espectro autista (TEA), sino que también se extiende a quienes presentan otras condiciones, como el trastorno por déficit de atención con hiperactividad (TDAH), la dislexia, la discalculia, la dispraxia y el síndrome de Tourette (Dalton, 2013).
El cerebro se divide en cuatro lóbulos,
ubicados en los hemisferios derecho e izquierdo.
La plasticidad sináptica, plasticidad cerebral o neuroplasticidad se define como la capacidad que tiene el cerebro de recuperar sus funciones, o una parte de ellas, tras una lesión, logrando que otras áreas desempeñen la función perdida.
Teorías como la de las inteligencias múltiples y paradigmas como el de la Neurodiversidad permiten considerar que las diferencias cerebrales desempeñan un importante rol en el aprendizaje.
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La educación y el aprendizaje constituyen aspectos estrechamente ligados a los procesos
cognitivos y emotivos.
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Esto puntualiza en la necesidad de romper los viejos
paradigmas y promover otros que se basen en la evidencia científica reciente.
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Las intervenciones clínicas y neuropsicopedagógicas han permitido establecer que las personas
con TEA presentan diferencias significativas en las áreas cognitiva y emocional.
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Es esperable que el niño o la niña con TDAH manifiesten aburrimiento en el aula convencional, en la que poco se recurre a estrategias pedagógicas creativas y vivenciales.
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La dislexia, trastorno de la lectura que se evidencia en las dificultades en el reconocimiento y el orden de las palabras, así como en la fluidez, el deletreo y la ortografía, afecta el rendimiento del niño o la niña en el aula.
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Las personas con SD pueden ser autónomas, ir a la escuela regular, formarse como profesionales y desempeñarse con efectividad en el contexto laboral.
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