La crisis financiera global de 2008 causó inestabilidad en mercados financieros, desempleo y pérdida de confianza en consumidores en varios países, incluyendo Irlanda y Reino Unido, y luego afectó a Estados Unidos, Taiwán, Japón, España, Francia, Alemania y Australia en 2009.
Los disturbios financieros alteraron condiciones crediticias y costos de capital, llevando a los gerentes a reconsiderar estrategias y reasignar recursos.