Tendemos a pensar que el cuerpo humano puede habituarse al ruido, y en parte es cierto, aunque también lo es que, aunque nos habituemos al ruido recurrente en nuestro entorno y, aparentemente, llegue a no molestarnos, en la práctica, con una exposición regular por encima de 45 decibelios se impide un sueño apacible, por lo que el cansancio físico y el estrés permanente pueden incidir en una disminución de las defensas y un aumento de las enfermedades infecciosas. Niveles de ruido constantes por encima de 55 decibelios pueden inducir cambios en el sistema inmunitario y hormonal susceptibles de provocar cambios cardiovasculares y nerviosos, con aumento de presión arterial y alteración del ritmo cardíaco, deficiencias en la circulación periférica e incremento de las tasas de colesterol, propiciando un incremento de riesgos de infarto de miocardio, derrame cerebral o ictus.