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Pedro opeka en Madagascar, Primero fui albañil, como mi padre. A los 15…
Pedro opeka en Madagascar
Qué tal sus años de estudio?
Cómo recuerda ese periplo?
Eso le preparó para lo que venía?
¿Grave?
No me extraña.
Era y es usted un blanco entre los negros.
Descríbame el vertedero de basura.
¿Qué les dijo?
Con más de 4.000 casas.
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Primero fui albañil, como mi padre. A los 15 años ingresé en el seminario, luego estudié filosofía en la tierra de mis padres, Eslovenia, y acabé teología en París.
Fueron años de ir hacia la gente. Durante las vacaciones me iba a recorrer Europa a dedo y sin dinero. Dormía en las estaciones con las personas que están fuera de la sociedad, hermanos y hermanas.
No
, viví en la selva de Madagascar quince años compartiendo la vida con la gente más pobre del mundo, ¡pero qué riqueza humana! Lo malo es que se moría, y yo no fui allí para enterrarlos sino para ayudarles a ponerse en pie, pero también enfermé de paludismo y todo tipo de parásitos.
Tuvieron que trasladarme a la capital para tratarme. Por casualidad un día pasé junto a un gran vertedero de basura donde vi a cientos de niños pelear por un pedazo de comida con los cerdos y los perros. Me quedé mudo.
Dije: “Acá no tengo derecho a hablar, aquí hay que actuar”. Esa noche no pude dormir, me puse de rodillas y le supliqué a Dios:
“Ayúdame a hacer algo por esta gente”.
Yo representaba la figura de la dominación, pero me había llevado a África mis dos pasiones, una pelota de fútbol y mi voluntad de ayudar. Y también mis manos de albañil y mi don de gentes.
25 hectáreas, 600 toneladas de basura diaria y 800 familias que vivían de la basura en casas de plástico y de cartón. Los niños morían como moscas, ¿qué le dices a una madre?
“Si están dispuestos a trabajar, yo los voy a ayudar”. En 1990, fundé Akamasoa (buenos amigos en lengua malgache), a las afueras de Antananarivo, y 35 años más tarde lo que era un basurero hoy es una ciudad digna.
22 barrios e infraestructura para albergar a 30.000 personas, con redes de agua, escuelas de todos los niveles, hospitales, guarderías, museos, canchas de deportes, espacios verdes, bibliotecas, bancos de alimentos...
No se debe ayudar sin que haya una contrapartida a la ayuda que se recibe, si no caemos en el asistencialismo, que implica una falta de respeto a la dignidad de la persona porque se la hace dependiente de otros y no es libre.
Que la vida es una lucha, que lo que hace a una persona humana es su espíritu, esa chispa divina que tenemos en el corazón y que hay que descubrir. Sé que la palabra espíritu empieza a ser algo extraño en Occidente.
La indiferencia y el individualismo nos ha alejado del espíritu, es una enfermedad contagiosa, cada uno se ocupa de sí mismo.
Yo soy un servidor, creo que nacemos para servir y para hacer el bien. Cuanto más he compartido, más me han ayudado.
Hay que tener pasión, fe, perseverancia. Hay que sufrir y llorar, morderse los labios para no decir cosas violentas. Creo firmemente que el amor es más fuerte que la violencia y después de 35 años sobre un vertedero yo le digo que durante el día la verdad es luz, está a la vista, la comunidad ha florecido.
La gente cambia, surgen instintos violentos, Sanar heridas lleva tiempo. Hay gente que ha caído en las drogas, el alcohol, la prostitución, pero ahí está la comunidad para que se levanten una y otra vez, pidan perdón y paguen sus faltas con trabajo comunitario.
Todos los domingos ante 10.000 personas, la mayoría jóvenes. Los turistas lloran de emoción, me dicen que si las misas fueran así de alegres en Europa y EE.UU. se llenarían.
Ya ve, los más pobres, los que fueron excluidos y despreciados son hoy apóstoles, les hablan al corazón a los ricos de Occidente, les muestran su alegría de recibirlos, de vivir, de existir… no se puede describir, eso se vive.
Mi querida hermana periodista, estamos hablando de dos mundos distintos, usted está en el mundo de las ideas, pero allí tenemos que actuar, trabajar, allí se sobrevive. Mi padre me enseñó a trabajar con mis manos, y donde yo pongo el ojo veo trabajo.
En Akamasoa somos 3.000 obreros y obreras que trabajan en una cantera picando piedra. Yo soy uno más; y una hormiga que sube al norte a buscar fondos y los lleva al sur.