La calidad educativa no solo se mide por los resultados académicos, sino también por su capacidad para fomentar la inclusión y la equidad. Una educación de calidad debe garantizar que todos los estudiantes, independientemente de su origen socioeconómico, género, etnia o capacidades, tengan igualdad de oportunidades para aprender y desarrollarse. Además, la calidad educativa no es un objetivo estático, sino un proceso continuo de mejora que requiere adaptación a las necesidades cambiantes de la sociedad y la economía. Por lo tanto, es fundamental que los sistemas educativos sean flexibles y estén abiertos a la innovación y la experimentación.