En las décadas de los 60 y 70 comienza a desarrollarse un teatro experimental, aunque con muchas dificultades para estrenar y siempre en un cauce minoritario. Ajeno a la estética realista, entienden el teatro como un espectáculo donde el texto es solo un elemento más. La temática sigue siendo la denuncia de la opresión, las injusticias sociales, la deshumanización y otros problemas contemporáneos; pero hacen uso de técnicas novedosas por influencia de los movimientos vanguardistas europeos y de dramaturgos como Ionesco, Beckett, Brecht o Artaud: fragmentarismo, simbolismo y abstracción, absurdo, ruptura de la cuarta pared, efectos escenográficos y audiovisuales, mímica, improvisación, participación del público, etc.
Los nombres más conocidos son Fernando Arrabal (El cementerio de automóviles, Pic-nic) o Francisco Nieva (Pelo de tormenta). También surge un fuerte movimiento denominado teatro independiente, de carácter colectivo, formado por distintas compañías teatrales al margen de la infraestructura comercial, que proponen obras experimentales propias o de los autores europeos citados; algunos grupos son Tábano, Los Goliardos, Akelarre, Els Joglars, Comediants, etc.