Betty Friedman, con La mística de la feminidad, publicada en 1963, pone el dedo en la llaga evidenciando lo que muchas mujeres, aparentemente privilegiadas, sentían: una opresión sutil que resultaba en una deshumanización de las mujeres, relegadas a cumplir un cúmulo de estereotipos y
exigencias asociadas a la feminidad, así como roles muy limitados y específicos.