Los grupos argáricos tuvieron intensos contactos con sus vecinos del área del Guadiana y del Guadalquivir. Hacia el norte, el Bronce Manchego o complejo de Las Motillas se extendió por Albacete y Ciudad Real. En un principio se creyó que este no era más que una expresión diferenciada de la cultura argárica, resultante de su expansión hacia el interior, pero actualmente se tiende a caracterizarlo como un horizonte propio, con importantes relaciones con el Argar y el Bronce valenciano. Los asentamientos manchegos son bastante numerosos y, aunque dispersos y extensivos dentro de un territorio, mantenían relaciones entre sí formando agrupaciones. Los caracterizados como morras (en Albacete) y motillas (en Ciudad Real), eran fortalezas circulares dispuestas en anillos concéntricos en torno a una gran torre central, constituyendo lugares de habitación sin parangón en el resto de la Península. Existe, incluso, un asentamiento muy singular, el crannóg de El Acequión, que demuestra la versatilidad de estos grupos para adaptarse al medio. Sus redes de relaciones y comunicaciones se mantuvo casi intacta hasta la época romana.