En el NT, la afirmación de la inhabitación de la Trinidad en el alma se contiene, sobre todo, en los escritos de San Pablo (1 Ts 4, 7-8; 1 Co 3, 16; 2 Co 6,16) y San Juan (1 Jn 1, 1-4; Jn 17, 3; 1 Jn 4, 16). San Pablo considera que esta inhabitación es dinámica, puesto que el Espíritu Santo es el don del Padre y del Hijo a los cristianos que les lleva a vivir una vida filial en Cristo, en la intimidad de un diálogo amoroso con el Padre. Para San Juan, la inhabitación es estática, es una experiencia contemplativa del Verbo. Se vive en comunión con el Verbo y se adquiere un conocimiento especial y afectivo con Dios. Sin embargo, la presencia del Espíritu Santo también la considera dinámica, en el sentido de que gracias a Él, el ser humano nace a una nueva vida al reino de Dios.