“Para no echar la soga tras el caldero, la pobre se esforzó y cumplio la sentencia y, por evitar el peligro y no ser objeto de habladurías, se fue a servirles a quienes entonces manejaban el mesón de la Solana. Y allí, sobrellevando mil molestias acabó de criar a mi hermanico hasta que este aprendió a caminar, y a mí hasta ser mozuelo, ocupado en llevar a los huéspedes vino y lumbre y cuanto me ordenaban. Por aquel entonces llegó a la posada un ciego, el cual, creyendo que yo serviría para guiarlo, habló con mi madre, la cual me recomendó a él diciéndole que era hijo de un buen hombre, que , para exaltar fe, había muerto en la batalla de los Gelves; que ella confiaba en Dios que no sería peor que mi padre y que le rogaba que me diera buen trato y consideración por mi orfandad. Él respondió que así lo haría y que me tomaba desde ese momento por hijo suyo, no por criado.” (13)