Los tratados internacionales sirven para muchas cosas. Pueden establecer las condiciones de la paz entre dos países, como el Tratado de Versalles, que puso fin a la Primera Guerra Mundial. Pueden crear o reformar organismos multinacionales o plurinacionales, como el Tratado de Lisboa, que rige actualmente el funcionamiento de la Unión Europea. Pueden regular cuestiones muy concretas, como el tráfico marítimo o aéreo o pueden también, como es el caso de lo que nos ocupa, reconocer derechos fundamentales de las personas y determinar la obligación de protegerlos y promoverlos.