El mundo globalizado y el acceso a los sistemas de comunicación modernos, que a su vez favorecen la integración de nuevos conocimientos y técnicas, de la mano con la transición epidemiológica, el aumento de costos, y los modelos de interacción de atención a la salud, desde modelos sociales o de medicina privada y/o pública, condicionan que el análisis y la compresión de los sistemas de salud se complementen con el paradigma de la complejidad, para mejorar su eficiencia y calidad.
La ciencia es cambiante, transformadora; siempre está buscando y tratando de lograr una mayor integración del conocimiento científico.
No sólo se debe formar sujetos que entiendan el mundo en que viven, sino que, además lo transformen.
El paradigma de la complejidad tiene como sustento la teoría de sistemas, la informática y la cibernética, las que se basan en la física cuántica y las matemáticas no lineales; en alguna forma, es un desafío al sentido común prevalente, subvierte la lógica convencional.
La inexistencia de un sujeto-alumno-átomo-lineal, permite potenciar el pensamiento crítico. Pues, uno de los motivos de su no desarrollo, consiste, precisamente en las incoherencias epistemológicas del proceso de enseñanza-aprendizaje.
La aparición de nuevas estructuras o patrones de comportamiento en estas condiciones son fruto de procesos de autoorganización del sistema. Implican cambios que no se explican en términos de causalidad ni de gradualidad, que surgen en forma espontánea; en consecuencia, generan transiciones impredecibles entre el orden y el desorden.
La tensión entre los modelos ideales nuevos e históricamente necesarios y las relaciones de poder que mantienen la aplicación de modelos clásicos, a pesar que ello no se visualiza, provocan distorsiones que, en definitiva ocasionan alienación.