En 1153 un monje cisterciense, Bernardo, de la abadía de Claraval, expandió definitivamente la Orden del Císter. Finalmente en 1122 se firma el concordato de Worms con el que el emperador se comprometía a respetar las investiduras, es decir, los nombramientos eclesiásticos por parte de la Iglesia y acudir a su auxilio si fuese necesario. Por su parte, el Papado se comprometía a permitir la supervisión de los nombramientos por parte del Emperador para garantizar la transparencia del nombramiento.