Cuando Benjamin define aura como «manifestación irrepetible de una lejanía» (Discursos interrumpidos, inscribe el problema en relación con una pérdida del carácter sagrado de la obra. La sacralidad, definida como el emplazamiento en la tradición, se fractura por una doble aspiración: por una parte, el deseo de una reducción máxima de la lejanía y, por ende, acercamiento que implica democratización; y, por otra, masificación del espacio y el tiempo, que encontraría su fundamento en una cierta transformación del gusto: «Quitarle su envoltura a cada objeto, triturar su aura, es la signatura de una percepción cuyo sentido para lo igual en el mundo ha crecido tanto que incluso, por medio de la reproducción, le gana terreno a lo irrepetible» (Discursos interrumpidos,