El principal dilema ético que se plantea es qué hacer o cómo usar un don que convierte a uno superior a los demás, ¿sería correcto aprovecharlo para fines personales o se debería destinar a la ayuda del prójimo? A mi parecer, la clave está en encontrar un balance entre ambos polos. Al fin y al cabo, una persona superdotada no deja de ser persona, y al igual que el resto de personas, debe aprender a balancear el mundo interno y el mundo externo. Nadie puede obligarlo a volcar todos sus esfuerzos para el beneficio de los otros, sin embargo, le podría ser muy gratificante contribuir a la sociedad, siempre y cuando, no sobreponga los intereses ajenos sobre las metas individuales que lo conducirían a la felicidad