En el año 813, un ermitaño descubrió en Galicia una tumba que se identificó con la del apóstol Santiago. Pronto, y potenciadas por los reyes y la Iglesia, se organizaron peregrinaciones a la tumba para hacer penitencia por los pecados o para agradecer favores divinos.
Sin embargo, el Camino fue mucho más que una ruta religiosa. Con el tiempo, la peregrinación favoreció el desarrollo de la artesanía y el comercio para atender a las necesidades de los peregrinos; impulsó el florecimiento de las ciudades; propició la construcción de puentes, hospederías, hospitales, monasterios e iglesias, e impulsó los cambios culturales con Europa.