Desde la perspectiva cognitiva se ha referido que los lóbulos frontales, en específico las zonas prefrontales, están asociadas a las funciones ejecutivas (León-Carreón, 2002, Ardila, 2008). Goldberg (2009) compara el trabajo de los lóbulos frontales con un líder o director de orquesta, el cual toma las riendas de todos los participantes, es decir, actúa como un controlador “ejecutivo” ante la complejidad del funcionamiento del sistema.
El término de funciones ejecutivas (FE) fue conceptualizado inicialmente por Lezak (1982) como las capacidades mentales esenciales para llevar a cabo una conducta eficaz, creativa y aceptada socialmente. Sin embargo, se reconoce a Luria como antecesor del término (TirapúUstárroz, Muñoz-Céspedes, y Pelegrín-Valero 2002; Ardila, 2008).
Sholberg y Mateer (1989) consideran que las FE abarcan procesos cognitivos tales como la anticipación, la elección de objetivos, la planificación, la selección de la conducta, la autorregulación, el autocontrol y la retroalimentación.
Borkowski y Burke, (1996) las definen como la capacidad para cambiar espontáneamente un proceso de control por otro diferente, dependiendo del objetivo de una tarea.