CRISTO: SU PERSONA Y OBRA
En el centro de la religión cristiana está Jesucristo. Más allá de la aceptación de un conjunto de creencias fundamentales, en su suprema esencia nuestra religión es primero y ante todo un compromiso con una Persona: Jesucristo.
II. MINISTERIO Y MUERTE
A. LA OBRA QUE VINO A REALIZAR
III. EL SEÑOR EXALTADO
I. EL VERBO HECHO CARNE
A. LA ENCARNACIÓN
B. HUMANO Y DIVINO
- Preexistencia de Cristo
- Encarnación de Cristo
- Nacimiento virginal
- La humanidad de Cristo
- Una naturaleza humana sin pecado
- La deidad de Cristo
- Una Persona: verdaderamente divina y humana
B. UNA OBRA PREDICHA EN EL AT
C. LA EXPIACIÓN: FACTORES SUBYACENTES
D. LA OBRA EXPIATORIA DE CRISTO
E. ALCANCE DE LA EXPIACIÓN
- Para confirmar las promesas de Dios
- Para establecer el reino de Dios
- Para impartir el conocimiento de Dios
- Para ser el Siervo de Dios
- Para dejar ejemplo
- Para sanar a los débiles y a los enfermos
- Para hacer que el pecado fuese sobremanera pecaminoso
- Para ser un fuel Sumo Sacerdote
- Para salvar a los pecadores mediante su muerte
- Un hecho presente en la mente de Cristo
- Una convicción compartida por los escritores del NT
- Una muerte de suprema importancia
- El vocablo inglés atonement
- Una relación original armoniosa
- La causa de la separación
- La expiación y la muerte de Cristo
- Una obra divina
- Una muerte sacrificial
- Una muerte vicaria
- Dimensión expiación-propiciación
- Justificación
- Reconciliación
A. EL CRISTO RESUCITADO
B. EL SEÑOR QUE ASCENDIÓ
C. EL MINISTERIO SUMO SACERDOTAL DE CRISTO
D. LA SEGUNDA VENIDA DE CRISTO
E. INVITACIÓN A RESPONDER
- Un hecho fundamental
- La tumba vacía
- Una resurrección física
- Significado de la resurrección de Cristo
- La evidencia de la Escritura
- La narración de la ascensión para Cristo
- Su narración para los creyentes
- La evidencia de la Escritura
- Dos ministerios distintivos
- Ascendió para reinar y cumplir todas las cosas
- La evidencia de la Escritura
- Cómo regresará
- El triunfo del reino
La enseñanza de que el Hijo de Dios existió antes que naciera en Belén y descendiera del cielo, donde desde toda la eternidad había compartido la gloria del Padre, es un factor vital en nuestra comprensión de su persona y obra.
Que nuestro Señor Jesucristo, el eterno Hijo de Dios, se haya hecho humano para nuestra salvación es probablemente la doctrina de la fe cristiana que es básica para todas las demás.
La encarnación y el nacimiento virginal de Cristo implican la deidad y la humanidad. Juan no expresa un mero axioma cuando insiste en que “Jesucristo ha venido en carne”, y hace de esta confesión la prueba crucial de la verdad (1 Juan 4:2).
La afirmación de que Jesús fue verdejamente humano está presente en todas partes en el NT. El que vino para ser considerado exaltado en todos los sentidos a través de los títulos que le fueron dados fue, no obstante, un verdadero ser humano.
El testimonio uniforme de la Escritura en cuanto a la impecabilidad de Jesús no significa que él no pudo haber pecado. Si bien es cierto que la Escritura nos dice que Dios no comete pecado y no puede ser tentado (Sant. 1:13), es apropiado decir que Jesús, como ser humano, pudo haber pecado, aunque no lo hizo.
Tanto los títulos de Cristo (Mesías, Señor, Hijo de Dios), como su propia consciencia de su divinidad testifican que Jesús era verdaderamente Dios.
Esta convicción fue tan fuerte entre los primeros creyentes que, sin la menor vacilación, los apóstoles aplicaron las cualidades tanto de la humanidad como de la Deidad a la misma persona.
El Verbo se hizo humano para confirmar las promesas hechas por Dios a los padres, comenzando con el protoevangelio en Génesis 3:15 y continuando a lo largo del AT (Isa. 7:14; 9:6; Miq. 5:2).
Era imperativo para Jesús asegurar el reconocimiento de la soberanía de Dios y el establecimiento de su reino sobre la Tierra (Mat. 4:17; Luc. 19:11-27).
Esta revelación sólo podía hacerla el Hijo (Mat. 11:27; Luc. 10:22), a través de sus hechos aun más que a través de su enseñanza, porque estaba escondido en Dios (Juan 14:7-10), una revelación encarnada que apela al amor del corazón y demanda la entrega de la voluntad.
Como parte de su misión, el Verbo, que en naturaleza era Dios mismo (Fil 2:6), tomó la misma naturaleza de un siervo (v. 7) con el fin de que la vida divina fuese manifestada a los humanos en forma de siervo (vs. 5-7).
Esta verdad se usa para respaldar una apelación constante a imitar la naturaleza ejemplar de la vida y el ministerio de Cristo.
Jesús vino a sanar. Lejos de manifestar desprecio hacia los débiles y enfermos, mostró que su misión y su obra estaban estrechamente ligados con los frágiles y débiles de cuerpo y espíritu.
Los pecadores corruptos con el tiempo lo rechazaron y mataron, revelando de este modo más ampliamente la profundidad de la culpa y la necesidad humanas.
Se hizo carne para entrar en la misma experiencia humana, aparte del pecado, para que pudiese ser apto como sumo sacerdote (Heb. 2:17, 18).
La necesidad de la encarnación y el propósito de la misión de Cristo son la respuesta de Dios al pecado. Una muerte voluntaria como sacrificio por el pecado fue una parte principal de su obra.
Para Jesús, su muerte y los eventos relacionados con ella fueron predichos por los profetas del AT y forman parte de un plan divino (Mat. 26:54, 56; Luc. 22:37 = Isa. 53:12; Luc. 24:44; Juan 17:12 = Sal. 41:9), el cual él anticipó y aceptó.
Del mismo modo que Jesús, los escritores del NT sostuvieron que el AT predijo la historia del evangelio, al menos en tipos y símbolos. A juicio de ellos, el cuadro de Isaías del Siervo del Señor era una profecía de Cristo (Mat. 12:18-21; Hech. 8:32-35; 1 Ped. 2:21-25).
Debido a que ocurrió al término de una vida de consagración al Padre, Jesús fue a su muerte inocente, voluntariamente, y en armonía con la voluntad de su Padre. La muerte de Jesus tiene infinita propiedad expiatoria.
Así, to atone for (“expiar por”) un error, es hacer algo que elimina los efectos perjudiciales de la desavenencia y crea relaciones armoniosas.
Desde el Génesis hasta el Apocalipsis se supone en todo lugar que Dios y los seres humanos debieran estar en una relación armoniosa.
Es nuestro pecado, nuestra persistente desobediencia a la voluntad de Dios. Como razón fundamental del pecado está la idea de ley y de un legislador, porque “el pecado es infracción de la ley” (1 Juan 3:4).
Es indiscutible el hecho de que el NT proclama el medio de la expiación como el don divino para los pecadores, procedente del amante corazón de Dios.
Esto es importante porque atestigua que nuestra salvación nos viene con toda la majestad de Dios el Padre como respaldo.
Los escritores del NT sostienen un hecho expiatorio percibido como universal en su intención, disponible para todos los pecadores, pero efectivo sólo cuando es aceptado individualmente.
La muerte de Cristo, explican los escritores del NT, es un sacrificio por el pecado.
Jesucristo “murió por nosotros” (1 Tes. 5:10). No murió meramente a manos de sus enemigos o como resultado de su propio pecado culpa. Murió específicamente por nosotros.
Estas palabras testifican de dos grandes realidades: por una parte la realidad del pecado y su gravedad, y por la otra la profundidad del amor de Dios.
La fe no es el fundamento de la justificación sino el medio o instrumento por el cual nos apropiamos de Cristo y su justicia; es la mano vacía que se extiende y recibe la justicia al recibir a Cristo.
Éste no es un subproducto accidental de la salvación del pecador. Es una parte integral de ella, parte de vivir las implicancias de nuestra reconciliación con Dios. Una vez que se efectúa nuestra reconciliación con Dios, le seguirá nuestra reconciliación con los demás.
Fuimos redimidos por la cruz, y sólo por la cruz. Sin embargo, la iglesia del NT entendió que la resurrección de Jesús se consumó en la ascensión, como algo central a, no simplemente como una confirmación de, la fe cristiana.
Aparte de los soldados que guardaban la tumba, nadie en realidad vio a Jesús levantarse del sepulcro (Mat. 28:4). Pero varios encontraron vacía la tumba y muchos más vieron al Señor resucitado.
Ninguna de las teorías que se han expuesto para dar razón de la tumba vacía y de las apariciones de Cristo parece adecuada, ni lo es ninguna combinación de ellas.
Nuestra predicación, nuestra fe y nuestra salvación no ocurren aparte de la resurrección de Cristo. En ella tenemos la garantía de la consumación del propósito redentor de Dios.
Con todo, los escritores del NT no ven en la ascension una dificultad mayor que en la resurrección de Cristo o en su encarnación. Para ellos es parte integral del plan de redención de Dios y no más maravilloso que los otros dos eventos.
Expresa la exaltación y gloria del Dios-hombre que ha ascendido. La resurrección ha comenzado el gran cambio; la ascensión comunica la impresión definida que Cristo ha ido a su Padre y que todo poder se ha puesto en sus manos.
En el NT, desde el momento de la ascensión en adelante, la seguridad constante es que Cristo está viviendo y que en su vida los creyentes viven.
El sacerdocio sumo sacerdotal de Cristo es uno de los grandes temas de la Epístola a los Hebreos (2:17; 3:1-4:14, 15; 5:10; 6:20; etc.) y del testimonio bíblico en general.
Los dos ministerios distintivos que los sacerdotes levíticos llevaban a cabo en el tabernáculo terrenal eran una representación pictórica del plan de salvación. Tipificaban, o ilustraban, el ministerio de Cristo en el cielo.
El NT añade que Jesús también ascendió al cielo para que pudiera gobernar y cumplir todas las cosas. Está sentado muy por encima de toda autoridad y poder y señorío, tanto en esta era como en la venidera.
La segunda venida de Cristo será personal (Mat. 24:36; Hech. 1:7), universalmente pública y visible (Luc. 17:23, 24; Apoc. 1:7), audible (1 Tes. 4:16), y en poder y gloria (Mat. 24:30; 2 Tes. 1:7).
El concepto bíblico de segunda venida de Cristo está expresado por términos como parousía (“presencia”, “llegada” o “venida”), a menudo de un gobernante o rey (como en Mat. 24:27, 37, 39; 1 Cor. 15:23; 1 Tes. 2:19; 3:13; Sant. 5:7, 8; 2 Ped. 1:16; 3:4).
Deben mirar a la parousía no con temor sino con confianza y gozosa expectación como su “esperanza bienaventurada” (Tito 2:13), debido a lo que el Señor ya hizo por ellos en la cruz y durante su ministerio de intercesión sumo sacerdotal (Rom. 8:34; Heb. 4:15, 16).
Ésta no es sólo una declaración de creencia, sino, como está expuesto en las Escrituras, una experiencia diaria hasta que, en la plenitud del tiempo, Cristo venga nuevamente.