Ya no se escriben textos así, en los que un antropólogo, convertido en un forzado de la pluma se empeña, como los clásicos del siglo XIX, en oponer al mundo real un mundo ficticio tan minucioso y tan vasto, tan atestado y tan frenético, que parezca atrapar en sus páginas, toda la vida, toda la historia, toda la realidad. Sobre todo, porque no se detiene sólo en rasgar los velos de la antropología.