Igual que ahora, los chicos de la antigüedad, distribuían su tiempo entre los juegos y el estudio, los más afortunados, y entre los pocos juegos y mucho trabajo, los menos afortunados. Pero en aquella época la infancia era más corta. Un chico de trece años era considerado un adulto y podía estar en condiciones de casarse, aunque esto no era lo más habitual.