En esa línea, es errado considerar a América Latina como homogénea y compacta. Por el contrario, hay que reconocer que es una región heterogénea, compleja, desigual, que tiene, sin duda, afinidades históricas, culturales, religiosas, entre sus miembros, pero no constituye un bloque macizo con similares intereses ni fines. Tampoco hay, desde la región, iguales perspectivas sobre el entorno cercano ni el global, ya que estas se generan en función de las características, intereses, objetivos y hasta amenazas de cada país. Algunos de esos países pueden coincidir en función de sus semejanzas, pero una sola visión regional no existe.
La América Latina actual
es una región que ha tenido marcadas transformaciones estructurales respecto de la que existía hace solo veinte años. Existe, sin duda, una consolidación democrática y un fortalecimiento institucional acompañado de un crecimiento sostenido y de un importante desarrollo económico. Se constata una mayor estabilidad política relativa y una mayor continuidad de políticas de desarrollo socio económico con éxito en la última década. La gran lacra en la región sigue siendo la profunda desigualdad en la distribución de la riqueza y, por tanto, en la subsistencia de elevados índices de extrema pobreza en algunos sectores sociales de casi todos los países.
características y condicionamientos, esa diversidad, y también esas similitudes, han conducido a que los países latinoamericanos establezcan propuestas de convergencias estratégicas para una más efectiva inserción internacional y para conseguir un incremento en su capacidad de poder y de negociación, sea en función individual o colectiva.