En las últimas décadas, las dinámicas migratorias en América Latina han cambiado, observándose un aumento en los flujos migratorios que se desplazan de manera subregional en lugar de extrarregional.
Países como Argentina, Chile y Brasil se han convertido en destinos frecuentes para migrantes, reflejando un cambio en los patrones de migración dentro de la región.
Un ejemplo significativo de esta migración es la diáspora venezolana, donde ciudadanos huyen de la violencia, persecución política y crisis económica en su país, lo que se ha traducido en un flujo constante de personas buscando mejores oportunidades.
Si bien la migración puede abrir nuevas oportunidades de desarrollo económico y enriquecimiento cultural, también plantea riesgos substanciales, como tensiones sociales, desafíos en la integración de migrantes y presión sobre los servicios públicos en los países receptores.
El incremento de migrantes puede generar reacciones negativas en las comunidades anfitrionas, incluidos problemas de xenofobia, y desconfianza hacia los migrantes que pueden dificultar la cohesión social.