El terapeuta se convierte entonces en un facilitador para el esclarecimiento del sentido de la vida, al posibilitar que los pacientes alcohólicos se cuestionen y exploren su mundo interno, en función de la codificación de los valores sobre los cuales pueden concretar las razones de su existencia; sin embargo, esa labor debe realizarse con suma precaución, pues se trata de personas que debido a su enfermedad, cualquier contradicción puede generar sentimientos de inseguridad o inferioridad en ellas, capaces de conducir al fracaso terapéutico.