En contraste, las emociones secundarias como la vergüenza, el orgullo, la culpa o la envidia, requieren autoconciencia y se desarrollan conforme el niño interactúa con su entorno social (Palmero et al., 2011; Morris & Maisto, 2005). Por ejemplo, un niño pequeño puede llorar por enojo, pero no sentir culpa hasta que comprende que sus acciones afectan a otros.