Una madre que se sentía incapaz de controlar a su hijo: pupilo de tipo militar; afirmó que no le agradaba la idea, pero era lo único que podía hacer. El terapeuta le sugirió que puesto que el niño ignoraba en realidad cómo eran esos colegios, sería justo que ella lo instruyera al respecto antes de enviarlo allí.
Comenzó a enseñarle a pararse en posición, a ser cortés, a levantarse temprano y tender enseguida su cama; la tarea se trasformó en una especie de juego entre madre e hijo en la que ella era el sargento Y él el soldado raso. En dos semanas, el niño había mejorado su conducta lo suficiente como para que su madre creyera innecesano enviarlo a un colegio de tipo militar. La madre había hallado una forma de tratar a su hijo, y este, una manera de hacer lo que ella le pidiera.