Lacan no considera la angustia una emoción, sino un afecto, más aún, el único afecto que no es engañoso. Si de una manera general la pantalla del fantasma, disimulando y negativizando el objeto, le permite mantener todo su embeleso y su misterio, hay ocasiones en que esta negativización tranquilizadora se difumina, apareciendo entonces aumentado, como un íncubo o un súcubo, en un característico cambio de atmósfera.