«Hace dos horas, cuando todo comenzó, la gente no gritaba. Nadie levantaba los puños, ni cerraba los ojos, ni miraba el escenario con arrobo. Hace dos horas todos hacían un ensayo general de histeria de bajo voltaje allá en la calle, cuando ellos cinco —gafas oscuras, pantalones de cuero— bajaban de la limusina alquilada, polarizada, vieja, entre el humo de los chorizos que se asaban en los puestos callejeros. Hace dos horas, cuando todo comenzó, la gente aplaudía un poco, y nada más. La gente gritaba un poco, y nada más. La gente bailaba un poco, y nada más».