El mundo, según Epicuro, se compone de átomos y de vacío. Los dioses no tienen injerencia en la vida de los mundos, morando en la quietud de los tiempos. El problema del hombre prudente, según Epicuro, consiste en la obtención de la “ataraxia” (quietud) del espíritu; la cual se alcanza por el conocimiento y despojándose del temor ante los dioses y la muerte.