De manera ideal, el ello, el yo y el superyó tienen una relación armónica, donde el yo satisface las demandas del ello de una manera razonable y que aprueba el superyó. Entonces, las personas son libres para amar y odiar, y para expresar las emociones de forma sensata y sin culpas. Cuando el ello es dominante, los instintos no tienen freno, y ponen en riesgo al individuo y a la sociedad. Cuando domina el superyó, el individuo vigila de forma rígida su conducta y tiende a juzgarse con mucha dureza o rapidez, limitando su capacidad para actuar en su propio beneficio y para disfrutar de la vida.