Los efectos sutiles que el experimentador puede tener sobre los participantes no se limita a los seres humanos. Por ejemplo el caso del caballo Clever Hans, el cual tenía la capacidad resolver operaciones matemáticas y de comprender el alemán, esto último escogiendo un naipe sacado de un montón que contenía la palabra deseada, golpeando con el casco para indicar las hileras y columnas de una tabla alfabética preparada para el. Este caso se resolvió cuando el psicólogo Oskar Pfungst cambió la metodología, haciendo que alguien que no conocía la respuesta correcta hiciera las preguntas a Hans. Bajo este nuevo cambio Hans solo tuvo uno de diez aciertos, se descubrió que el caballo había aprendido a observar al investigador, notando gestos sutiles como su cambio de postura, respiración y expresión facial para escoger la respuesta correcta.