Cronológicamente, la latencia suele ubicarse entre los seis y los doce años de edad. Partiendo desde la metapsicología, durante esta etapa se transforma el aparato psíquico, ya que se incorpora el Superyó, una instancia que internaliza las figuras de los padres junto con los límites por ellos expuestos y las expectativas que han depositado en sus hijos; el encargado de satisfacer todas estas exigencias es el Yo. Es notable el aumento del pensamiento en contraste con la disminución de la impulsividad, ya que entran en juego conceptos como la honestidad, la compasión y la responsabilidad, hasta ese momento inexistente. Es el aspecto cultural de la fase de latencia, fase no solamente pasiva, sino altiva, puesto que implica la síntesis de los elementos así recibidos y su integración al conjunto de la personalidad irreversiblemente marcado por su sello masculino y femenino. Aquí el niño comienza a sublimar todos los impulsos que tenga actividades importantes, sociales, culturales, para que crezca su autoestima.