En Gn 3, 6, la mujer sucumbe a la tentación y, a su vez, se convierte en tentadora. El hombre también desobedece el mandato de Dios y, de esta manera, es el ser humano en su unidad (aquellos que habían sido «una sola carne») quien peca. En esta falta encontramos, en esencia, lo que caracteriza a todo pecado: querer ser, poder, decidir, afirmarse… sin Dios y sin su gracia, desplazando de la propia existencia al autor de esta misma existencia.