El ser humano al entender la vida como un proyecto la ordena no sólo en relación con sus deseos, expectativas y situaciones, sino en relación con sus inquietudes y preguntas. Así aparece la noción de vocación, entendida como el ajuste cotidiano del proyecto de nuestra vida. Ajuste que se realiza en un diálogo permanente con los demás y con uno mismo, a la vez que nos abre interrogantes permanentes sobre la vida, nos proporciona un conocimiento práctico con el que orientarnos. Esto nos permite ir adquiriendo un tipo de conocimiento práctico y experiencial que es a la vez nuestro y de aquellos con los que compartimos inquietudes y preguntas, recibe el nombre de creencia. Las creencias, así entendidas, no son ocurrencias o ideas que tenemos, sino raíces en las que estamos. Es lo que permite transformar nuestra espera en esperanza, es decir, en espera confiada. La esperanza se configura como una forma de situarse ante la vida, algo que requiere entrenamiento, el de enfrentarse a los obstáculos que presenta la aventura de la vida.