Los primeros grandes sociólogos, como Spencer, Pareto, Weber, Durkheim, heredan casi íntegramente la concepción clásica, conservadora, de la institución. La concepción dinámica, revolucionaria, heredada de Rousseau y de la revolución francesa, se abandona a las filas anarquistas y libertarias del movimiento obrero. Los discípulos de Durkheim tratan de construir el concepto separándolo de la categoría metafísica y de la noción ideológica.
El concepto de institución designa el objeto propio de la sociología: este es el punto de vista expresado por dos discípulos de Durkheim, Fauconnet y Mauss, en el artículo «Institution» de la Grande Encyclopédie, «Son sociales todas las formas de actuar y de pensar que el individuo halla preestablecidas y cuya transmisión, se efectúa por lo general a través de la educación. » Y los coautores del artículo añaden: «Sería conveniente que una palabra especial designase estos hechos especiales, y parece que la palabra "instituciones" sería la más apropiada.»
Notemos que esta definición hace hincapié en los puntos siguientes:
a) La institución se manifiesta por comportamientos y modos de pensamiento (y no por la disposición de las relaciones de producción);
b) estos comportamientos y estos modos de pensamiento (no tienen como fuente la personalidad, la psicologia individual, son por el contrario impersonales, colectivos;
c) comportamientos y modos de pensamiento colectivos constituyen una herencia del pasado, un gobierno de los muertos sobre los vivos;
d) esta herencia de modelos culturales es, (sino el objeto, al menos una de las consecuencias de la educación (y no de la lucha de clases).
Si en el resto de su artículo Mauss y Fauconnet introducen la idea, cara a Durkheim, de coacción social, no lo hacen sin ciertas reservas. Asimismo, la idea de que «la institución es el pasado» está muy matizada: «Son (pues) las instituciones vivas, tal como se forman, funcionan y se transforman en los diferentes momentos, las que constituyen los fenómenos propiamente sociales, objetos de la sociología. »
Aparentemente existe una laguna en esta definición, a propósito del papel desempeñado por el consensus, por el acuerdo tácito o expreso, racional o irreflexivo, de un conjunto de individuos y de categorías sociales con relación a las instituciones existentes.
Si la coacción es indispensable para la supervivencia de las instituciones, ¿qué necesidad existe, en efecto, de un acuerdo general por parte de los usuarios de estas instituciones? Max Weber resaltará este hecho con cierta dureza evocando la «fuerza bruta» que en algunas ocasiones es el único sostén de las instituciones.
Por el contrario, la escuela francesa de sociología siempre ha dejado un hueco a los fenómenos de conciencia colectiva, de representaciones colectivas, de adhesiones colectivas, como condición de la persistencia de las instituciones. Simplemente por el hecho de que cambian, ¿no dependen las instituciones en cierta manera de los «servicios» que son capaces de prestar, en opinión de los individuos?
Incluso si los individuos las «encuentran ante sí» (art. Grande Encyclopédie) cuando nacen, ¿no están también, de alguna manera, en ellos, desde el momento en que no son un espectáculo o un material etnográfico extraño, sino sus instituciones, aceptadas, transmitidas por la educación, consideradas como evidencias racionales, es decir, naturales?
Este es el punto que no ha dejado de plantear dificultades, y en razón al cual se han propuesto muchas teorías con el fin de dar cuenta de la articulación entre la exterioridad y la interioridad, yendo a veces hasta el inconsciente de las normas y las formas institucionales.
Recurriendo a la filosofía, la teología, la biología, la psicología, muchas concepciones han intentado batir en toda la línea la visión que se ha juzgado demasiado objetivista de la institución, en el sentido que le daban los primeros sociólogos.
No es paradójico observar que todas estas tentativas de describir la «interiorización» de las normas vayan de hecho en el sentido de la definición más cosista: si las instituciones son invariantes participan poco o mucho de una naturaleza humana, rebautizada con la ayuda de nociones psicoanalíticas o filosóficas: «angustia original», «necesidad de seguridad», «protección contra la ansiedad».
Por el contrario, si se hace hincapié en el cambio institucional, en la decadencia y la destrucción de las formas instituidas y, en consecuencia, en la violencia simbólica y a veces policíaca ejercida por las instituciones, la cuestión de saber si estos hechos socia les están «interiorizados » se convierte en algo muy secundario.
También es discutible la tesis según la cual la institución está legitimada desde el momento en que dura, o que es universal: las revoluciones trastornan el sistema institucional que poco tiempo antes del trastorno aparecía como inmutable y racional. La exterioridad o la interioridad de las instituciones no constituye el problema central de la sociología.
Más pertinente es plantear el problema de saber cómo el conjunto de las determinaciones sociales atraviesa la institución, y, recíprocamente, cómo las instituciones actúan sobre el conjunto de las determinaciones sociales.
La relatividad de las instituciones en el tiempo y en el espacio, las relaciones que mantienen con los sistemas culturales y con los modos de producción, tal es el hallazgo de la filosofía de las Luces, del materialismo del siglo XVIII y del materialismo histórico. La sociología no podía dejar (con la ayuda de la antropología) de enriquecer este hallazgo y de sacar consecuencias en cuanto al contenido del concepto de institución.
Una de las grandes teorías sociológicas, la del etnólogo Malinowski, resalta mucho el substrato material de las instituciones: herramientas, equipo, tecnología, ecología. Para él, esta base material no es más que un elemento de la estructura institucional, inseparable de otro elemento, la «carta», o conjunto de las reglas que definen el uso que hace la colectividad del substrato material. Este último elemento superestructural se halla aislado en la concepción marxista de la institución.
La teoría de Marx nace de la crítica radical de la filosofía del derecho de Hegel. Pero esta crítica cambia de sentido y de contenido a lo largo de su elaboración. Los esbozos que se refieren sobre todo a la crítica del Estado y de la religión, quedan pronto sustituidos por la crítica de la economía política. Se comprende, pues, que la crítica marxista del concepto de institución no haya sido nunca llevada muy lejos. Las instituciones, igual que la ideología, forman parte de la superestructura. Pero, contrariamente a una visión sumaria, las superestructuras actúan sobre la «base » material como la base actúa sobre las superestructuras.
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