Varían porque, según lo que ha podido descubrir la ciencia hasta ahora, no fueron seleccionados por la evolución. No tienen ninguna función reproductora ni de otro tipo. Son un subproducto, un pequeño extra que ha quedado de la ingente presión de la selección evolutiva, como los pezones masculinos. Son el homólogo del colículo seminal, una estructura situada en la pared de la uretra, en el lugar en el que la uretra masculina atraviesa la próstata y se une a los conductos seminales. Es un ejemplo muy interesante de cómo los seres humanos adjudican metáforas a la anatomía. Tenemos un órgano que carece de función biológica alguna y del que la cultura occidental inventó hace mucho una historia muy potente que no tiene nada que ver con la biología y todo con el control de las mujeres. La cultura vio una «barrera» en la boca de la vagina y decidió que era una señal de «virginidad» (que, en sí misma, es una idea carente de significado biológico). Esta ocurrencia tan extraña solo pudo inventarse en una sociedad en la que las mujeres eran literalmente objetos de propiedad y sus vaginas, su tesoro más valioso: una comunidad cerrada. Aunque el himen no cumple ninguna función física ni biológica, muchas culturas lo han rodeado de mitos tan profundos que existen incluso intervenciones quirúrgicas para «reconstruirlo», como si fuese una necesidad médica (¿dónde están las operaciones para perfeccionar los pezones de los hombres?). En cierto sentido, puede ser importante para la salud de las mujeres: a algunas se las golpea o incluso se las mata por no tenerlo. A algunas se les dice que «no han podido ser violadas» porque lo tienen intacto. Para ellas, tiene una implicación real en su bienestar físico, no por su anatomía, sino por lo que su cultura cree acerca de su anatomía.