Para comportarse racionalmente en el sentido económico, un consumidor tendría que 1. estar consciente de todas
las alternativas de productos disponibles, 2. poder clasificar correctamente cada alternativa en términos
de sus beneficios y desventajas, y 3. ser capaz de identificar la mejor alternativa. Sin embargo, en realidad
los consumidores rara vez poseen toda la información necesaria o información suficientemente precisa,
o un nivel adecuado de involucramiento o motivación, para tomar la decisión “perfecta”.