En este sentido, es la autonomía individual, esto es, la elección racional previa a cualquier tipo de relación comunitaria, la instancia que impera de un modo nítido. Las costumbres y las tradiciones, la jerarquía y el orden social, y las obligaciones de lealtad tradicionalmente asociadas con ellas han sido reemplazadas por contratos con sus consiguientes obligaciones. Esta perspectiva liberal, que invita a “moderar” la lealtad ha tenido repercusiones en otras instituciones (como -por ejemplo- la familia) que, a su vez, han buscado influir en la conciencia y en la elección. Y solo cuando hemos comenzado a reconocer la fragmentación personal y social alcanzada por un excesivo individualismo, nos hemos sentido en disposición de volver la mirada y apreciar y reconsiderar la virtud de la lealtad.