Las funciones cognitivas van sufriendo un progresivo deterioro, lo que incide en una peor funcionalidad de la persona y una menor autonomía. Si bien es cierto que el curso de la enfermedad, por definición, no puede detenerse o invertirse, sí pueden llevarse a cabo diversas acciones para ralentizar el avance de la enfermedad, compensar los déficits, potenciar las funciones en las que se presentan dificultades e incluso activar funciones que estaban perdiéndose únicamente por la falta de uso.