Los mellizos, que aún compartían su idéntica sonrisa, saltaron y comenzaron a correr en redondo uno tras el otro. Los demás se unieron a ellos, imitando los quejidos del cerdo moribundo y gritando: - ¡Dale uno en el cogote! - ¡Un buen estacazo! Después Maurice, imitando al cerdo, corrió gruñendo hasta el centro; los cazadores, aún en círculo, fingieron golpearle. Cantaban a la vez que bailaban. - ¡Mata al jabalí! ¡Córtale el cuello! ¡Pártele el cráneo! Ralph les contemplaba con envidia y resentimiento. No dijo nada hasta que decayó la animación y se apagó el canto.
El señor de las moscas. – Pág. 43