Las enfermedades emergentes y reemergentes son un reflejo de la incesante lucha de los microorganismos por sobrevivir, buscando brechas en las barreras que protegen al ser humano contra la infección. Estas brechas sanitarias, que se han venido agrandando desde hace algunas décadas, pueden obedecer a comportamientos de alto riesgo como fallas en los sistemas de vigilancia epidemiológica, control insuficiente de la población de mosquitos portadores de enfermedades, paralización de los sistemas de abastecimientos de agua y saneamiento, acercamiento de la fauna silvestre a los asentamientos humanos por la deforestación, entre otros.
La mundialización acelerada a la que ya aludíamos como factor en épocas pretéritas. Los gérmenes de hoy día pueden viajar a la velocidad de los aviones. Los viajes internacionales más rápidos y la movilidad geográfica en general favorecen la aparición y difusión de enfermedades. De este modo, los gérmenes que ven limitada su actuación en una población humana adaptada pueden propagarse entre otras poblaciones menos preparadas para resistirlos.
Otros tipos de movimientos de población, no ligados al ocio ni al negocio, facilitan también la diseminación de enfermedades infecciosas. Nos referimos a la existencia de guerras y conflictos locales que favorecen la existencia de refugiados que se desplazan y viven en precarias condiciones en campos de concentración. A principios de 1996 había más de 26 millones de refugiados en el mundo.