No obstante que Porfirio Díaz, en su calidad de presidente, ha sido satanizado por su carácter de dictador perpetuo y represor genocida, se olvida que el general oaxaqueño se destacó por defender la soberanía nacional e, incluso, que al final de su mandato, el país ya no era considerado un territorio “bárbaro”, sino una nación respetada en el mundo.
Mientras el planeta vivía una era imperialista, donde las potencias iniciaban el reparto colonial y EU se preparaba para una agresiva política panamericana, cuando Díaz tomó el poder, en 1876, México estaba aislado internacionalmente, dado el rompimiento con los estados europeos por el fusilamiento de Maximiliano y la tardanza en el reconocimiento norteamericano al nuevo gobierno. Para la normalización de las relaciones con EU (y con otras naciones), Díaz tuvo que ser presidente constitucional, llevar a cabo una fuerte ofensiva diplomática, un brillante cabildeo en Washington, realizado por Matías Romero, y lograr un acuerdo en relación con el pago de reclamaciones mutuas. Pero los problemas fronterizos siguieron porque los estadunidenses culpaban a México del caos en la frontera derivado de su falta de vigilancia para contener las tropelías ocasionadas por “indios bárbaros”, contrabandistas y demás malhechores. La tensión llegó a tal punto, que el presidente Hayes amenazó con perseguir a criminales invasores más allá del río Bravo para capturarlos y recuperar propiedad robada, aun cuando estuviera en manos de mexicanos. Díaz rechazó la “persecución en caliente” y las intromisiones militares a territorio nacional, y propuso que se diera una mayor cooperación militar y judicial. Como no prosperaron las iniciativas diplomáticas, el general fortaleció militarmente la frontera, ofreció su cooperación, aunque también pidió a Washington garantías de que no haría más incursiones en nuestro territorio. Díaz no se dejó intimidar con el chantaje y la fuerza estadunidense, sino que llevó militares a resguardar la frontera (más de 12 mil) y evitó que tropas yanquis profanaran, otra vez, el territorio. En 1878, la Unión Americana reconoció al gobierno de Díaz, aunque la crisis fronteriza continuó, al igual que las presiones para violar la frontera nacional, y en 1882, los estadunidenses aceptaron firmar un convenio de cooperación militar, donde se garantizaría la reciprocidad. Luego, en 1899, se firmó un tratado de extradición que aceptó el punto de vista mexicano de mantener bajo jurisdicción de la autoridad local los delitos fronterizos. Si Díaz no se dejó amedrentar por los norteamericanos, menos por las apetencias territoriales del dictador guatemalteco Justino Rufino Barrios, quien pretendió restituir la Unión Centroamericana, lo que incluía “recuperar” Chiapas y el Soconusco, al grado de que los chapines recurrieron a EU para que arbitrara las negociaciones, a cambio de que ejerciera un protectorado sobre la zona. Díaz se opuso y envió tropas para reforzar la frontera sur, si bien aceptó el arbitraje de Washington, finalmente, el arreglo se dio conforme a lo establecido por nuestro país y se frustró el proyecto centroamericano de Barrios. México no podía permitir otro vecino poderoso.