Reepicheep tenía, desde luego, las mismas posibilidades de lograrlo que de alzar en segundos una catedral, pero casi había dejado la piel en su intento antes de que otros miembros de la tripulación lo apartaran a un lado. Muy pronto toda la tripulación, excepto Lucy y el ratón —que estaba medio desvanecido—, estuvo colocada en dos filas a lo largo de las dos bordas, con el pecho de cada hombre apretado contra la espalda del que tenía enfrente, de modo que el peso de toda la fila quedaba sobre el último marinero, que empujaba con todas sus fuerzas. Durante unos cuantos segundos terribles —que parecieron horas— no sucedió nada. Las articulaciones crujieron, el sudor brotó a raudales y la respiración de los marineros sonó quejumbrosa y jadeante. Luego pareció como si la nave se moviera y observaron que el aro que formaba el cuerpo de la serpiente se encontraba más apartado del mástil que antes; pero también se dieron cuenta de que se había encogido. Y entonces surgió un segundo peligro. ¿Podrían conseguir que pasara por encima de la popa, o estaba demasiado apretado ya? Sí, pasaría aunque muy justo. El cuerpo descansaba sobre las barandillas de popa. Una docena o más de hombres saltaron sobre la zona. Aquello resultaba mucho mejor. El cuerpo de la serpiente marina se encontraba tan bajo que podían colocarse en hilera a lo largo de la popa y empujar unos al lado de los otros. Crecieron las esperanzas hasta que recordaron la elevada popa esculpida, la cola del dragón, del Viajero del Alba. Resultaría imposible hacer pasar a la bestia por encima de aquello.