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textPrimer Amor - Coggle Diagram
textPrimer Amor
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nuestro parque, con una escopeta bajo el brazo, acechando a los cuervos.
Toda mi vida he odiado profundamente a esos animales voraces, prudentes y
maliciosos. Aquella noche, habiendo bajado al jardín, como de costumbre,
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azar, me acerqué a la cerca baja que separaba nuestra finca de la estrecha faja de
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una mirada por encima de la cerca, y me detuve estupefacto... Un extraño
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Frente a mí, a muy pocos pasos, sentada en un retazo de césped bordeado de
frambuesos verdes, se hallaba una joven, alta y esbelta, que lucía un vestido rosa
a rayas y una toquilla blanca; cuatro muchachos la rodeaban, formando círculo, y
ella les golpeaba en la frente por turno, con una de esas flores grises cuyo
nombre no recuerdo, pero que los niños conocen muy bien: forman como unas
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ofrecían la frente con tal entusiasmo, y había tanto hechizo, tanta ternura
imperativa y burlona, tanta gracia y elegancia en los ademanes de la joven (a la
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devoraba con los ojos aquel talle grácil, aquel cuello esbelto, aquellas lindas
manos, aquellos cabellos rubios ligeramente revueltos bajo el pañuelo blanco,
aquellos ojos inteligentes, entornados, aquellas cejas y aquellas mejillas
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—Dígame usted, joven, ¿le parece correcto mirar así a una señorita a la que
no conoce? —dijo de pronto una voz, muy cerca de mí. Me sobresalté y quedé
de una pieza... Un muchacho de cabellos negros, muy cortos, me miraba
fijamente, con expresión irónica, desde el otro lado de la cerca. En aquel preciso
instante, la joven se volvió también hacia mí... Pude ver sus grandes ojos grises,
en un rostro móvil agitado súbitamente por un leve temblor, y la carcajada,
reprimida al principio, brotó, sonora, poniendo al descubierto sus dientes blancos
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lamentablemente, recogí la escopeta y eché a correr con todas mis fuerzas,
perseguido por las carcajadas. Llegué a mi habitación, me arrojé encima de la
cama, y escondí la cara entre las manos. Mi corazón latía como loco; me sentía
confuso y feliz, presa de una turbación como jamás hasta entonces la había
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Después de descansar un rato me peiné, cepillé mis ropas y bajé a tomar el
té. La imagen de la muchacha flotaba ante mí; mi corazón se había serenado,
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Sentí deseos de confesárselo todo, pero me retuve y me limité a sonreír para
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Poco antes del amanecer, me desperté un instante, levanté la cabeza, miré a mi
alrededor, lleno de felicidad... y volví a dormirme.
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nuestro parque, con una escopeta bajo el brazo, acechando a los cuervos.
Toda mi vida he odiado profundamente a esos animales voraces, prudentes y
maliciosos. Aquella noche, habiendo bajado al jardín, como de costumbre,
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azar, me acerqué a la cerca baja que separaba nuestra finca de la estrecha faja de
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una mirada por encima de la cerca, y me detuve estupefacto... Un extraño
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Frente a mí, a muy pocos pasos, sentada en un retazo de césped bordeado de
frambuesos verdes, se hallaba una joven, alta y esbelta, que lucía un vestido rosa
a rayas y una toquilla blanca; cuatro muchachos la rodeaban, formando círculo, y
ella les golpeaba en la frente por turno, con una de esas flores grises cuyo
nombre no recuerdo, pero que los niños conocen muy bien: forman como unas
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ofrecían la frente con tal entusiasmo, y había tanto hechizo, tanta ternura
imperativa y burlona, tanta gracia y elegancia en los ademanes de la joven (a la
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devoraba con los ojos aquel talle grácil, aquel cuello esbelto, aquellas lindas
manos, aquellos cabellos rubios ligeramente revueltos bajo el pañuelo blanco,
aquellos ojos inteligentes, entornados, aquellas cejas y aquellas mejillas
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—Dígame usted, joven, ¿le parece correcto mirar así a una señorita a la que
no conoce? —dijo de pronto una voz, muy cerca de mí. Me sobresalté y quedé
de una pieza... Un muchacho de cabellos negros, muy cortos, me miraba
fijamente, con expresión irónica, desde el otro lado de la cerca. En aquel preciso
instante, la joven se volvió también hacia mí... Pude ver sus grandes ojos grises,
en un rostro móvil agitado súbitamente por un leve temblor, y la carcajada,
reprimida al principio, brotó, sonora, poniendo al descubierto sus dientes blancos
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lamentablemente, recogí la escopeta y eché a correr con todas mis fuerzas,
perseguido por las carcajadas. Llegué a mi habitación, me arrojé encima de la
cama, y escondí la cara entre las manos. Mi corazón latía como loco; me sentía
confuso y feliz, presa de una turbación como jamás hasta entonces la había
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Después de descansar un rato me peiné, cepillé mis ropas y bajé a tomar el
té. La imagen de la muchacha flotaba ante mí; mi corazón se había serenado,
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Sentí deseos de confesárselo todo, pero me retuve y me limité a sonreír para
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Poco antes del amanecer, me desperté un instante, levanté la cabeza, miré a mi
alrededor, lleno de felicidad... y volví a dormirme.