La ciudadanía, más allá de toda tipología, es un artificio, una construcción humana determinada por la visibilización de sujetos, otrora caracterizados por ser “menores de edad”, en sentido kantiano; es decir, por la falta de reconocimiento de sus facultades de pensamiento autónomo —pensar por sí mismo—, pensamiento coherente —pensar de acuerdo consigo mismo— y pensamiento ampliado —capacidad de ponerse en el lugar del otro—.