Un padre rara vez está preparado emocionalmente para la muerte de un hijo. Este evento, no importa a qué edad ocurra, representa un golpe duro y antinatural, un suceso prematuro que, en el curso normal de las cosas, no debería haber ocurrido nunca (Li, Precht, Mortensen y Olsen, 2003).
Si el matrimonio es sólido, la pareja puede acercarse más, apoyándose uno al otro en su pérdida compartida. En otros casos, la pérdida debilita y a la larga destruye al matrimonio (Brandt, 1989).