Un nombre es más propio si se permite elaborar lo que duele, lo que paraliza y retrae, lo que desorganiza, lo que despierta ansiedad o hunde en la angustia, lo que lanza impensadamente a actos. Un nombre más propio surge de desmenuzar esas significaciones instituidas. De hacerle nombre, lejos de las nomenclaturas, a lo que, en cada quien, niño o adulto, no tiene nombre. (Marcelo, Vasen, Juan y otros (2013)- Pág.52)