La experiencia, por tanto, sólo se cuenta cuando algo pasó, y, ciertamente, algo producto de un plan, de un programa escolar, que conllevó la interacción entre personas que representaron roles de igual o distinto signo.
Contar una experiencia es un ejercicio de “autoformación reflexiva” porque nos exige, en primer lugar, mucho esfuerzo, y, fundamentalmente, rememorar lo acontecido, repensarlo, reeditarlo, para corroborar si se cumplió el plan, para detectar sus debilidades, para reconocer sus efectos y para incrementar nuestra conciencia o saber, tanto didáctico como pedagógico.